domingo, 14 de junio de 2015

Un lugar en el Sol

Eslabones
Kenny Vivas. Licencia CC by 2.0

Ocurrió hace ya muchos años y, como sucede en estos casos, al final de un ciclo. Era en un sitio lejano, llovía un poco y hacía frío. Se habían fijado unas conferencias sobre los poetas del 27 y cada uno hablaba "del suyo" con interés, con eficiencia; con algún nerviosismo mal disimulado. Yo cedí mi turno a un compañero. Mi alocución sobre Cernuda duerme desde entonces en una carpeta negra. Al final de la tarde, conocí a un hombre que conoció a otro hombre que conoció a Luis Cernuda. Esto fue en 2002.
No podía imaginar que yo estaba a sólo dos grados de mi poeta admirado. Entre varios océanos y cuarenta años mediaban dos seres frágiles y sometidos a ley severa o sentencia del tiempo. Don Luis había conocido a un hombre al que este nuevo conocido, con el que hablé largamente, había entrevistado en su juventud. Luis Cernuda, triste y pletórico, se retiraba a México para oír hablar español. Y después, roja y vasta, la muerte.
Pero a lo que íbamos: desde entonces, soy cuidadoso con estas cadenas. Los humanos estamos hechos de redes, de lazos, vínculos y puentes. Sabemos tejer con nuestros silencios un refugio con esos materiales que nuestros picos de gorriones han sabido acumular: voces, palabras, libros amarillos, anécdotas, dispositivos, sueños, recuerdos. La vida no es como te la  cuentan, es como te la cuentas. Somos contadores de historias, equilibristas y versificadores de un vacío atávico. Hacemos el puente en el momento del salto, y a ese acto de creación lo llamamos lenguaje.
Yo sólo quería recordar un poco y sumergirme de inmediato en la vorágine del día. Quería estar seguro de que la adición es la voluntad de seguir vivo. Vivir es sumar. Precisamente, Cernuda, el desarraigado, es el gran poeta de los nexos. Es la conjunción que desea coordinarse atravesando el muro de cemento de la realidad.